diciembre 2011
«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

29.12.11

La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.
La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.
Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.
De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.
El Concilio de Éfeso
En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.
Madre del Niño Dios
He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra” Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.
La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.
Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.

20.12.11
El concilio Vaticano II presenta a María, Madre de Jesucristo, como "prototipo y modelo para la Iglesia", y la describe como mujer humilde que escucha a Dios con confianza y alegría. Desde esa misma actitud hemos de escuchar a Dios en la Iglesia actual.
«Alégrate». Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también hoy. Entre nosotros falta alegría. Con frecuencia nos dejamos contagiar por la tristeza de una Iglesia envejecida y gastada. ¿Ya no es Jesús Buena Noticia? ¿No sentimos la alegría de ser sus seguidores? Cuando falta la alegría, la fe pierde frescura, la cordialidad desaparece, la amistad entre los creyentes se enfría. Todo se hace más difícil. Es urgente despertar la alegría en nuestras comunidades y recuperar la paz que Jesús nos ha dejado en herencia.

«El Señor está contigo». No es fácil la alegría en la Iglesia de nuestros días. Sólo puede nacer de la confianza en Dios.  No estamos huérfanos. Vivimos invocando cada día a un Dios Padre que nos acompaña, nos defiende y busca siempre el  bien de todo ser humano. Esta Iglesia, a veces tan desconcertada y pérdida, que no acierta a volver al Evangelio, no está sola. Jesús, el Buen Pastor, nos está buscando. Su Espíritu nos está atrayendo. Contamos con su aliento y comprensión. Jesús no nos ha abandonado. Con él todo es posible.


«No temas». Son muchos los miedos que nos paralizan a los seguidores de Jesús. Miedo al mundo moderno y a la secularización. Miedo a un futuro incierto. Miedo a nuestra debilidad. Miedo a la conversión al Evangelio. El miedo nos está haciendo mucho daño. Nos impide caminar hacia el futuro con esperanza. Nos encierra en la conservación estéril del pasado. Crecen nuestros fantasmas. Desaparece el realismo sano y la sensatez cristiana. Es urgente construir una Iglesia de la confianza. La fortaleza de Dios no se revela en una Iglesia poderosa sino humilde.
«Darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús». También a nosotros, como a María, se nos confía una misión: contribuir a poner luz en medio de la noche. No estamos llamados a juzgar al mundo sino a sembrar esperanza. Nuestra tarea no es apagar la mecha que se extingue sino encender la fe que, en no pocos, está queriendo brotar: Dios es una pregunta que humaniza.
Desde nuestras comunidades, cada vez más pequeñas y humildes, podemos ser levadura de un mundo más sano y fraterno. Estamos en buenas manos. Dios no está en crisis. Somos nosotros los que no nos atrevemos a seguir a Jesús con alegría y confianza.
J. A. Págola

10.12.11
La imagen de los desposorios es reflejo de la Alianza de Dios con su Pueblo. El clima de alegría y de gozo desbordante que recoge el profeta Isaías encaja perfectamente en este domingo denominado tradicionalmente "Gaudete" (¡Alégrense!).

«Como el suelo echa sus brotes... así el Señor hará brotar la justicia y los himnos ante todos los pueblos». La palabra de Dios, escuchada como es y como se nos da, nos saca del individualismo y de las expectativas reducidas. La acción de Dios se asemeja a una tierra fértil que hace germinar con vigor plantas de todo tipo. Así Dios suscita la santidad –justicia– y, en consecuencia, provoca la alabanza gozosa y exultante –«los himnos»–. Y eso no para unos pocos, sino para «todos los pueblos». Éstos son los horizontes en que nos introduce la esperanza del Adviento. Pues la acción de Dios es fecunda e inagotable, genera vida.
«Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren». Si prestamos atención a los textos, ellos nos dirán quiénes somos o cómo estamos y, a la vez, qué estamos llamados a ser. Nos encontramos desgarrados, cautivos, prisioneros... Nos encontramos llenos de sufrimientos porque todavía no conocemos ni vivimos suficientemente la buena noticia, el Evangelio... Pero es a los que así se encuentran a los que se les proclama la amnistía y la liberación de la esclavitud; se les anuncia la buena nueva y se les invita a dejarse vendar los corazones desgarrados... ¿Lo creo de veras? ¿Lo deseo? ¿Lo espero?
«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque el Señor me ha ungido». Para todo esto viene Cristo, el Mesías, el Ungido. Nosotros también hemos sido ungidos. Somos cristianos. Hemos recibido el mismo Espíritu de Cristo. Y también somos enviados a dar la buena noticia a los que sufren, a vendar los corazones desgarrados. Y además de acoger la acción de Cristo en nosotros, en favor nuestro –o mejor, en la medida en que la acojamos–, prolongamos a Cristo y su acción en el mundo y a favor del mundo, dejándole que tome nuestra mente, nuestro corazón, nuestros labios, nuestras manos, y los use a su gusto.
El Evangelio nos muestra a Juan Bautista, testigo de la luz. Nos ayuda a prepararnos a recibir a Cristo que viene como «luz del mundo». Para acoger a Cristo hace falta mucha humildad, porque su luz va a hacernos descubrir que en nuestra vida hay muchas sombras; más aún, Él viene como luz para expulsar nuestras tinieblas. Si nos sentimos indigentes y necesitados, Cristo nos sana. Pero el que se cree ya bastante bueno y se encierra en su autosuficiencia y en su imaginada bondad, no puede acoger a Cristo: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven se vuelvan ciegos» (Jn 9,39).
Juan Bautista es testigo de la luz. Y bien sabemos lo que le costó a él ser testigo de la luz y de la verdad. Pues bien, no podemos recibir a Cristo si no estamos dispuestos a jugarnos todo por Él. Poner condiciones y cláusulas es en realidad rechazar a Cristo, pues las condiciones las pone sólo Él. Si queremos recibir a Cristo que viene como luz, hemos de estar dispuestos a convertirnos en testigos de la luz, hasta llegar al derramamiento de nuestra propia sangre, si es preciso, lo mismo que Juan. «Por todo aquel que se declare por mí ante los hombres, yo también me declararé por él ante mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, le negaré yo también ante mi Padre que está en los cielos» (Mt10, 32-33).
Juan Bautista es testigo de la luz. Pero confiesa abiertamente que él no es la luz, que no es el Mesías. Él es pura referencia a Cristo; no se queda en sí mismo ni permite que los demás se queden en él. ¡Qué falta nos hace esta humildad de Juan, este desaparecer delante de Cristo, para que sólo Cristo se manifieste! Ojalá podamos decir con toda verdad, como Juan: «Es preciso que Él crezca y que yo disminuya» (Jn 3,30).

7.12.11
La primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría. Es lo que escucha María: Alégrate.

J. Moltmann, el gran teólogo de la esperanza, lo ha expresado así:

«La palabra última y primera de la gran liberación que viene de Dios no es odio, sino alegría; no condena, sino absolución. Cristo nace de la alegría de Dios y muere y resucita para traer su alegría a este mundo contradictorio y absurdo».
Sin embargo, la alegría no es fácil. A nadie se le puede obligar a que esté alegre ni se le puede imponer la alegría por la fuerza. La verdadera alegría debe nacer y crecer en lo más profundo de nosotros mismos.
De lo contrario; será risa exterior, carcajada vacía, euforia creada quizás en una «sala de fiestas», pero la alegría se quedará fuera, a la puerta de nuestro corazón.
Lienzo a la témpera de PMBC 11 años
La alegría es un don hermoso, pero también muy vulnerable. Un don que hay que saber cultivar con humildad y generosidad en el fondo del alma. H. Hesse explica los rostros atormentados, nerviosos y tristes de tantos hombres, de esta manera tan simple:
«Es porque la felicidad sólo puede sentirla el alma, no la razón, ni el vientre, ni la cabeza, ni la bolsa».
Pero hay algo más. ¿Cómo se puede ser feliz cuando hay tantos sufrimientos sobre la tierra? ¿Cómo se puede reír, cuando aún no están secas todas las lágrimas, sino que brotan diariamente otras nuevas? ¿Cómo gozar cuando dos terceras partes de la humanidad se encuentran hundidas en el hambre, la miseria o la guerra?

La alegría de María es el gozo de una mujer creyente que se alegra en Dios salvador, el que levanta a los humillados y dispersa a los soberbios, el que colma de bienes a los hambrientos y despide a los ricos vacíos.
La alegría verdadera sólo es posible en el corazón del hombre que anhela y busca justicia; libertad y fraternidad entre los hombres. María se alegra en Dios, porque viene a consumar la esperanza de los abandonados. Sólo se puede ser alegre en comunión con los que sufren y en solidaridad con los que lloran. Sólo tiene derecho a la alegría quien lucha por hacerla posible entre los humillados. Sólo puede ser feliz quien se esfuerza por hacer felices a otros.
J.A. Págola

2.12.11
En las puertas del Adviento, que nos invita de una forma especial a dar acogida en nuestro corazón al “Señor que viene”, Cáritas Española, con la colaboración de otras instituciones, impulsa la campaña a favor de las personas que, por circunstancias diversas, han quedado en situación extrema de pobreza: sin hogar, sin trabajo, sin familia… Estas personas, conocidas ya como “los sin techo”, son para todos nosotros una llamada a la conversión y una oportunidad de testimoniar mediante las obras, el amor que recibimos de Jesucristo y la esperanza que tenemos en la llegada de su Reino, como pedimos cada día en la oración. 

Esta Jornada, que celebraremos el próximo domingo 27 de Noviembre, tiene este año el lema de “TODOS SOMOS CIUDADANOS. NADIE SIN HOGAR”. Dicha campaña tiene un doble objetivo: por un lado, sensibilizar a todos ante el drama de estas personas que, severamente excluidas de nuestra sociedad, no tienen acceso a los bienes mínimos para vivir dignamente e incluso ni a cuidar de su salud o enfrentar adicciones. Por otro, alertarnos en este tiempo de crisis, para que hagamos un esfuerzo especial por atender a aquellos más vulnerables, como pueden ser en este caso los ancianos, los parados y los inmigrantes y, al menos, que no siga incrementándose en nuestra sociedad el número de los “sin techo”.

El Adviento es tiempo de oración y de espera vigilante, siempre dispuestos a entregar nuestra vida y trabajo por los demás. Cristo nos exhorta a velar y a ser fieles. Nos pide que lo sigamos. Nos pide adherirnos y colaborar con Él. No puede ser discípulo de Cristo aquel que se queda inmóvil e indiferente mirando hacia otro lado.

Como pastor de la Iglesia que camina en la diócesis de Asidonia-Jerez, agradezco de forma especial a todos cuantos hacen posible la asistencia generosa en los distintos comedores y albergues y trabajan de modo diverso por paliar de alguna forma el sufrimiento y desamparo en que viven muchos hermanos nuestros.

Quiero expresar mi gratitud a todos por los esfuerzos que estáis realizando con vuestro trabajo y dinero por hacer más llevaderos los daños de la crisis no sólo económica, sino también de verdad y de caridad que padecemos. Mi apoyo a todos los sacerdotes, religiosos/as, los equipos parroquiales, técnicos y voluntario/as de Cáritas y entidades colaboradoras que lucháis con tesón y esperanza, manifestando con vuestro compromiso caritativo y trabajo solidario, que el Reino que nos ha traído Jesucristo, es un Reino que para todos viene y a todos nos debe alcanzar.

Por tanto, hermanos, en esta circunstancia de precariedad económica que estamos atravesando, pero simultáneamente iluminada por la fe que nos permite vivir el Adviento como un “tiempo de salvación”, pido al Señor y a la Santísima Virgen que también conocieron circunstancias parecidas- que nos fortalezcan en la caridad para con todos aquellos que más necesitan de nuestra atención y generosidad.


Domingo 27 de Noviembre de 2011
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez

Anfora y Corazón

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