mayo 2017
«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

27.5.17
Ocupados solo en el logro inmediato de un mayor bienestar y atraídos por pequeñas aspiraciones y esperanzas, corremos el riesgo de empobrecer el horizonte de nuestra existencia perdiendo el anhelo de eternidad. ¿Es un progreso? ¿Es un error?

Hay dos hechos que no es difícil comprobar en este nuevo milenio en el que vivimos desde hace unos años. Por una parte, está creciendo en la sociedad humana la expectativa y el deseo de un mundo mejor. No nos contentamos con cualquier cosa: necesitamos progresar hacia un mundo más digno, más humano y dichoso.



Por otra parte, está creciendo el desencanto, el escepticismo y la incertidumbre ante el futuro. Hay tanto sufrimiento absurdo en la vida de las personas y de los pueblos, tantos conflictos envenenados, tales abusos contra el Planeta, que no es fácil mantener la fe en el ser humano.

Sin embargo, el desarrollo de la ciencia y la tecnología esta logrando resolver muchos males y sufrimientos. En el futuro se lograrán, sin duda, éxitos todavía más espectaculares. Aún no somos capaces de intuir la capacidad que se encierra en el ser humano para desarrollar un bienestar físico, psíquico y social.

Pero no sería honesto olvidar que este desarrollo prodigioso nos va «salvando» solo de algunos males y de manera limitada. Ahora precisamente que disfrutamos cada vez más del progreso humano, empezamos a percibir mejor que el ser humano no puede darse a sí mismo todo lo que anhela y busca.

¿Quién nos salvará del envejecimiento, de la muerte inevitable o del poder extraño del mal? No nos ha de sorprender que muchos comiencen a sentir la necesidad de algo que no es ni técnica ni ciencia ni doctrina ideológica. El ser humano se resiste a vivir encerrado para siempre en esta condición caduca y mortal.

Sin embargo, no pocos cristianos viven hoy mirando exclusivamente a la tierra, Al parecer, no nos atrevemos a levantar la mirada más allá de lo inmediato de cada día. En esta fiesta cristiana de la Ascensión del Señor quiero recordar unas palabras del aquél gran científico y místico que fue Theilhard de Chardin: «Cristianos, a solo veinte siglos de la Ascensión, ¿qué habéis hecho de la esperanza cristiana?».

En medio de interrogantes e incertidumbres, los seguidores de Jesús seguimos caminando por la vida, trabajados por una confianza y una convicción. Cuando parece que la vida se cierra o se extingue, Dios permanece. El misterio último de la realidad es un misterio de Bondad y de Amor. Dios es una Puerta abierta a la vida que nadie puede cerrar.

EL cielo no se puede describir pero lo podemos pregustar. No lo podemos alcanzar con nuestra mente pero es imposible no desearlo. Si hablamos del cielo no es para satisfacer nuestra curiosidad sino para reavivar nuestra alegría y nuestra atracción por Dios. Si lo recordamos es para no olvidar el anhelo último que llevamos en el corazón.

Ir al cielo no es llegar a un lugar sino entrar para siempre en el Misterio del amor de Dios. Por fin, Dios ya no será alguien oculto e inaccesible.

Aunque nos parezca increíble, podremos conocer, tocar, gustar y disfrutar de su ser más íntimo, de su verdad más honda, de su bondad y belleza infinitas. Dios nos enamorará para siempre.

Pero esta comunión con Dios no será una experiencia individual y solitaria de cada uno con su Dios.

Nadie va al Padre si no es por medio de Cristo. «En él habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente» (Col 2,9).

Sólo conociendo y disfrutando del misterio encerrado en este hombre único e incomparable, penetraremos en el misterio insondable de Dios. Cristo será nuestro «cielo». Viéndole a él «veremos» a Dios.

Pero no será Cristo el único mediador de nuestra felicidad eterna. Encendidos por el amor de Dios, todos y cada uno de nosotros nos convertiremos a nuestra manera en «cielo» para los demás.

Desde nuestra limitación y finitud, tocaremos el Misterio infinito de Dios saboreándolo en sus criaturas. Gozaremos de su amor insondable gustándolo en el amor humano. El gozo de Dios se nos regalará encarnado en el placer humano.

El teólogo húngaro L. Boros trata de sugerir esta experiencia indescriptible: «Sentiremos el calor, experimentaremos el esplendor, la vitalidad, la riqueza desbordante de la persona que hoy amamos, con la que disfrutamos y por la que agradecemos a Dios.Todo su ser, la hondura de su alma, la grandeza de su corazón, la creatividad, la amplitud, la excitación de su reacción amorosa nos serán regalados».

Qué plenitud alcanzará en Dios la ternura, la comunión y el gozo del amor y la amistad que hemos conocido aquí. Con qué intensidad nos amaremos entonces quienes nos amamos ya tanto en la tierra.

Pocas experiencias nos permiten pregustar mejor el destino último al que somos atraídos por Dios.

J.A. Págola.

21.5.17 ,
La Semana Santa en Bornos es algo más que la conmemoración anual de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Trasciende a límites que alcanzan lo pasional, lo fraternal, es otro modo de vida.




Hace que muchos bornichos vivan cada día del año su particular Semana Santa, sea dentro de la vida de hermandad o fuera de ella. Y es en este punto, fuera de los muros de la parroquia o de la casa hermandad, en cualquier rincón, ya sea, convivencia, reunión de amigos o cualquier local, donde la actividad cofrade no descansa.

En el marco de «La Semana Cultural» , con la colaboración del Excmo. Ayuntamiento de Bornos, en la incomparable Casa Ordoñez,  tan históricamente ligada a la Cofradía de la Resurrección desde sus albores, tendrá lugar el próximo domingo día 28 de mayo a las 13:00 horas,  una «Tertulia Cofrade» a la que estáis todos invitados, que nace con el fin de formalizar «esos pequeños coloquios que surgen en cualquier rincon de Bornos».

El costal, la trabajadera, la igualá, el ensayo, las cuadrillas, la indumentaria, el grupo... todo con un mismo nexo de unión, la amistad y las cofradías, han hecho que nuestro equipo de capataces, encabezados por José Rodriguez Buzón pensáran, como forma de dar continuidad al crecimiento que nuestra Cofradía está experimentando  y con la participación de cofrades venidos desde otros lugares, Sevilla, Jerez de la Frontera, Espera, Villamartín, pero en la misma sintonía,  en convocar esta Tertulia Cofrade.

Como tertulianos participarán D. Francisco Gil Solano, presidente de la Agrupación Parroquial Nuestro Padre Jesús de la Misericordia en su Prendimiento de Villamartín, D. Manuel Gómez Sánchez, de Sevilla, 30 años como hermano costalero de Jesús del Gran Poder, D. Antonio Pedro Hirch, nacido en Jerez de la Frontera, pero vive y se siente vecino de la localidad hermana de Espera, capataz de la Hermandad de San Antonio, osteópata de profesión y conocido en la Sierra de Cádiz por usar el deporte como herramienta de inclusión social de personas con discapacidad, D. Manuel Jaén Vargas, nacido en Jerez de la Frontera, Capataz del Cristo del Amor y Ntra. Sra. de la Candelaria, y D. Francisco Lencina Morales, nacido en Sevilla, costalero durante más de 20 años del Santísimo Cristo de las Penas de la Hermandad de la Estrella de Triana.

En la mesa, estarán también D. José Buzón Rodríguez, que compartirá con los asistentes la forma de trabajar de las dos cuadrillas de costaleros de nuestra Cofradía y como moderador nuestro actual capataz del paso del Señor D. Jesús Sierra Durán. Antes de finalizar habrá coloquio con los asistentes, pasando la tertulia a  mesa redonda, para departir, preguntar y opinar con los tertulianos invitados.

Esta cara, la más fraternal y humana, de nuestra cofradía es la que hace atractiva la participación de todos en esta Tertulia Cofrade, y nos tiene que hacer partícipes  y miembros activos del  «Sentimiento» que define nuestra Corporación, todo para mayor Gloria de Nuestro Señor Jesucristo y su Santísima Madre.



20.5.17 1
Una Iglesia formada por cristianos que se relacionan con un Jesús mal conocido, poco amado y apenas recordado de manera rutinaria es una Iglesia que corre el riesgo de irse extinguiendo. Una comunidad cristiana reunida en torno a un Jesús apagado, que no seduce ni toca los corazones, es una comunidad sin futuro.

En la Iglesia de Jesús necesitamos urgentemente una calidad nueva en nuestra relación con él. Necesitamos comunidades cristianas marcadas por la experiencia viva de Jesús. Todos podemos contribuir a que en la Iglesia se le sienta y se le viva a Jesús de manera nueva. Podemos hacer que sea más de Jesús, que viva más unida a él. ¿Cómo?




Juan recrea en su evangelio la despedida de Jesús en la última cena. Los discípulos intuyen que dentro de muy poco les será arrebatado. ¿Qué será de ellos sin Jesús? ¿A quién le seguirán? ¿Dónde alimentarán su esperanza? Jesús les habla con ternura especial. Antes de dejarlos quiere hacerles ver cómo podrán vivir unidos a él, incluso después de su muerte.

Antes que nada, ha de quedar grabado en su corazón algo que no han de olvidar jamás: «No os dejaré huérfanos. Volveré». No han de sentirse nunca solos. Jesús les habla de una presencia nueva que los envolverá y les hará vivir, pues los alcanzará en lo más íntimo de su ser. No los olvidará. Vendrá y estará con ellos.

Jesús no podrá ya ser visto con la luz de este mundo, pero podrá ser captado por sus seguidores con los ojos de la fe. ¿No hemos de cuidar y reavivar mucho más esta presencia de Jesús resucitado en medio de nosotros? ¿Cómo vamos a trabajar por un mundo más humano y una Iglesia más evangélica si no le sentimos a él junto a nosotros?

Jesús les habla de una experiencia nueva que hasta ahora no han conocido sus discípulos, mientras lo seguían por los caminos de Galilea: «Sabréis que yo estoy con mi Padre y vosotros conmigo». Esta es la experiencia básica que sostiene nuestra fe. En el fondo de nuestro corazón cristiano sabemos que Jesús está con el Padre y nosotros estamos con él. Esto lo cambia todo. Esta experiencia está alimentada por el amor: «Al que me ama... yo también lo amaré y me revelaré a él».

¿Es posible seguir a Jesús tomando la cruz cada día sin amarlo y sin sentirnos amados entrañablemente por él? ¿Es posible evitar la decadencia del cristianismo sin reavivar este amor? ¿Qué fuerza podrá mover a la Iglesia si lo dejamos apagar? ¿Quién podrá llenar el vacío de Jesús? ¿Quién podrá sustituir su presencia viva en medio de nosotros?
J. A. Págola
 

10.5.17
Al final de la última cena, los discípulos comienzan a intuir que Jesús ya no estará mucho tiempo con ellos. La salida precipitada de Judas, el anuncio de que Pedro lo negará muy pronto, las palabras de Jesús hablando de su próxima partida, han dejado a todos desconcertado y abatidos. ¿Qué va ser de ellos?

Jesús capta su tristeza y su turbación. Su corazón se conmueve. Olvidándose de sí mismo y de lo que le espera, Jesús trata de animarlos:«Que no se turbe vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí». Más tarde, en el curso de la conversación, Jesús les hace esta confesión: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí». No lo han de olvidar nunca.



«Yo soy el camino». El problema de no pocos no es que viven extraviados o descaminados. Sencillamente, viven sin camino, perdidos en una especie de laberinto: andando y desandando los mil caminos que, desde fuera, les van indicando las consignas y modas del momento.

Y, ¿qué puede hacer un hombre o una mujer cuando se encuentra sin camino? ¿A quién se puede dirigir? ¿Adónde puede acudir? Si se acerca a Jesús, lo que encontrará no es una religión, sino un camino. A veces, avanzará con fe; otras veces, encontrará dificultades; incluso podrá retroceder, pero está en el camino acertado que conduce al Padre. Esta es la promesa de Jesús.

«Yo soy la verdad». Estas palabras encierran una invitación escandalosa a los oídos modernos. No todo se reduce a la razón. La teoría científica no contiene toda la verdad. El misterio último de la realidad no se deja atrapar por los análisis más sofisticados. El ser humano ha de vivir ante el misterio último de la realidad.

Jesús se presenta como camino que conduce y acerca a ese Misterio último. Dios no se impone. No fuerza a nadie con pruebas ni evidencias. El Misterio último es silencio y atracción respetuosa. Jesús es el camino que nos puede abrir a su Bondad.

«Yo soy la vida». Jesús puede ir transformando nuestra vida. No como el maestro lejano que ha dejado un legado de sabiduría admirable a la humanidad, sino como alguien vivo que, desde el mismo fondo de nuestro ser, nos infunde un germen de vida nueva.

Esta acción de Jesús en nosotros se produce casi siempre de forma discreta y callada. El mismo creyente solo intuye una presencia imperceptible. A veces, sin embargo, nos invade la certeza, la alegría incontenible, la confianza total: Dios existe, nos ama, todo es posible, incluso la vida eterna. Nunca entenderemos la fe cristiana si no acogemos a Jesús como el camino, la verdad y la vida.

J. A. Págola 

Anfora y Corazón

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