La devoción a los Dolores de la Santísima Virgen es muy antigua en la Iglesia. Algunos Padres antiguos evocaron los padecimientos de María durante la Pasión de su Divino Hijo, particularmente san Efrén Siro (en su Lamentatio Mariae) y san Agustín. El papa Sixto III (432-440), al consagrar la nueva Basílica Liberiana (Santa María la Mayor) , la dedicó a la Madre de Dios (Theotokós), celebrada bajo el peculiar título de Regina martyrum, la Reina de los Mártires, porque si alguien sufrió indecible martirio (aunque sin derramamiento de sangre) Ésa fue sin duda la mártir entre los mártires: la Madre del Mártir del Calvario.
En la Edad Media, San Bernardo también evocó en sus escritos los Dolores de la Virgen, pero la devoción a ellos se verá impulsada poderosamente por la Orden de los Siervos de María (Servitas), fundada en la basílica de la Santissima Annunziata de Florencia, por los Siete Varones en 1233. Tras un breve período de vida eremítica en el monte Senario, la primera comunidad se abrió también a la vida apostólica, difundiéndose por la Toscana. Por la época del II Concilio de Lyon (1274) su miembro más conspicuo, san Felipe Benicio (que había renunciado al Papado tras ser elegido para ocupar el solio de Pedro) salvó a la orden de la extinción que la amenazó debido a problemas de índole canónica. Finalmente los Servitas obtuvieron la aprobación pontificia del papa Benedicto XI en 1304.
Propia de esta orden –reconocida como mendicante en 1424 por Martín V– es la devoción de la corona dolorosa o septenario de los Siete Dolores de la Santísima Virgen, que se rezan mediante un rosario compuesto por siete septenas de siete cuentas cada una, separadas por medallas que representan cada una uno de los siete dolores. En lugar del pequeño crucifijo de la corona dominica, la corona servita lleva una medalla que representa la imagen de la Virgen Dolorosa en el anverso y la escena del Clavario en el reverso. Así pues, el Septenario consta de 7 padrenuestros y cuarenta y nueve avemarías, a los que suele añadirse una Salve y el Pater, Ave y Credo por las intenciones del Romano Pontífice. Se completa con las Letanías de Dolores, aprobadas en 1809 por Pío VII, aunque para uso privado, no constando entre las auténticas y públicas, consignadas en el Rituale Romanum y en el suplemento del Breviario.
No hay que confundir el Septenario de Dolores de los Servitas con la corona dolorosa de los Franciscanos, que se reza sobre el rosario seráfico los días de penitencia y durante la cuaresma en las órdenes que siguen la regla del Poverello de Asís. El rosario seráfico está compuesto por siete decenas y sirve tanto para la devoción de los Siete Gozos como para la de los Siete Dolores, aunque en este último caso, a diferencia de los servitas, la corona se compone de 7 padrenuestros y setenta avemarías (más dos suplementarias para completar el número de años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la Tierra). La corona del Septenario Servita ha de ser bendecida por un sacerdote de la orden, que también es el único facultado para bendecir el escapulario negro o escapulario de la Dolorosa. La sede de los Servitas se halla en la iglesia romana de San Marcelo en el Corso.
Existen en el calendario litúrgico dos festividades dedicadas a los Siete Dolores de la Santísima Virgen: la primera es la de hoy, el Viernes de Pasión, llamado también Viernes de Dolores; la segunda es el 15 de septiembre, día en que se conmemoran los Dolores Gloriosos de Nuestra Señora. Ambas fiestas comenzaron a propagarse ampliamente en el siglo XVII, aunque la primera ya era muy popular en plena época del Renacimiento. La segunda fue extendida a la Iglesia universal por el papa Pío VII en 1815, para conmemorar su liberación de la cautividad napoléonica. La duplicación de la misma advocación llevó recientemente a la supresión de la del Viernes de Dolores, pero se mantiene allí donde hay una devoción arraigada. En el formulario de la misa se halla la bellísima secuencia Stabat Mater, atribuida al franciscano espiritual fra Iacopone da Todi († 1306) y que ha sido fuente de inspiración de magníficas composiciones musicales, como las de Scarlatti, Vivaldi, Pergolesi y Rossini.
La consideración de los Siete dolores de la Virgen debe llevarnos a confiar en Nuestra Madre del Cielo como solidaria de las penas y aflicciones de sus hijos. Ella como ninguna sufrió terriblemente en su Inmaculado Corazón durante la Pasión de Jesús. Por eso nadie mejor que la Madre Dolorosa para comprender a los que sufrimos en este valle de lágrimas. Ella conforta a las madres que padecen por sus hijos y a los hijos que pasan por enfermedades y desgracias. Miremos hacia su corazón dolorido y atravesado, según la profecía de Simeón y saquemos fuerza de él para sobrellevar con cristiana paciencia las penalidades de esta vida, a fin de merecer la gloria del Paraíso.
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