Dos simples preguntas de Jesús desencadenan uno de los diálogos más verdaderos que podríamos ver.
¿Quién dice la gente que soy yo? y vosotros ¿quién decís que soy yo? Los discípulos entran a saco y Pedro da en la clave.
Pero quizá hubiese sido más productivo haberle respondido a Jesús con otra pregunta: Señor y tú ¿qué quieres de mi? porque sabes que te puedo dar muchas respuestas y desde muchas posiciones. Desde la comodidad y la seguridad de una poltrona, agazapado detrás de unos muros que me protegen. Desde el desierto que nos desinstala, que nos desposee de todo, en el que sentimos que sólo Dios, SÓLO ÉL, es nuestra fuerza. Desde la dificultad que muchos viven hoy: económica, social, en el trabajo, en las familias, en la iglesia, en las comunidades… donde algunas veces nuestro discurso suena a palabrería barata.
Me sale decirte Señor que tú sabes mejor que yo quién eres para mí.
Pero yo necesito saber quién soy para ti, qué quieres de mi vida, cuál va a ser mi proyecto, dónde seré de verdad feliz…
Y entre los interrogantes surge la ADMIRACIÓN por tu respuesta: SÓLO EN MI. Sólo en ti Señor voy a encontrar el camino; voy a ser feliz; voy a sentir tu fuerza; voy a dar sentido a mi sin sentido; voy a romper con todo lo que me ata y no me acerca a los hermanos, con mis comodidades, con mis miedos y mis rencores. Sólo en ti voy a darte la respuesta correcta, porque…
¡TÚ ERES LA RESPUESTA!
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