Cuentan que un maestro decía a sus discípulos: “Cuando yo era joven, era revolucionario, y mi oración consistía en decirle a Dios: “Dame fuerza para cambiar el mundo”.
Pero más tarde, a medida que me fui haciendo adulto, me di cuenta de que no había cambiado ni una sola alma. Entonces mi oración empezó a ser: “Señor, dame la gracia de trasformar a los que estén en contacto conmigo, aunque solo sea a mi familia”.
Y ahora que soy viejo, empiezo a entender lo entupido que he sido. Y mi única oración es ésta: “Señor dame la gracia de cambiarme a mi mismo”.
Y pienso, que si yo hubiera orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida.
Muchas veces queremos cambiar las cosas y no podemos. Queremos que nuestras relaciones mejoren y vemos como, por más que hacemos, todo parece igual y que nada cambia o se trasforma. Tal vez, si eso nos pasa, tendremos que pararnos y preguntarnos con el corazón en la mano: ¿Pido al Señor que me cambie a mi mismo en vez aquello que me rodea?
Cuaresma es un tiempo para “redescubrir” nuestras relaciones. Nuestras historias de amistad con los que tenemos más cerca: familiares, amigos, compañeros, etc. Y para “redescubrir” a Dios y a la gente que vemos en nuestro día a día, creo que tan solo es necesario mirar como mira Dios. Aceptar a cada persona tal cual es, como Dios nos acepta. Mirar qué cosas aportan a mi vida, mirar a cada persona como un regalo que Dios puso un día en mis manos para mimar y cuidar.
Tal vez también, para “redescubrir” a cada persona tendremos que “recordar” nuestra historia personal (recordar, del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón). Y ver que cosas estoy ofreciendo yo. Solo así seremos capaces de ver realmente como va cambiando nuestro corazón, nuestra vida. Solo así, nos llenaremos nuevamente de ilusión, de alegría, de ánimo. Solo así seremos capaces de acoger a Dios en nuestras vidas para más tarde, llenar de Dios la vida de cada persona que nos rodea. Solo así dejaremos de poner el “acento” en nosotros para ponerlo en los otros.
Feliz Camino hacia la Pascua, feliz camino hacia la Vida
Pero más tarde, a medida que me fui haciendo adulto, me di cuenta de que no había cambiado ni una sola alma. Entonces mi oración empezó a ser: “Señor, dame la gracia de trasformar a los que estén en contacto conmigo, aunque solo sea a mi familia”.
Y ahora que soy viejo, empiezo a entender lo entupido que he sido. Y mi única oración es ésta: “Señor dame la gracia de cambiarme a mi mismo”.
Y pienso, que si yo hubiera orado así desde el principio, no habría malgastado mi vida.
Muchas veces queremos cambiar las cosas y no podemos. Queremos que nuestras relaciones mejoren y vemos como, por más que hacemos, todo parece igual y que nada cambia o se trasforma. Tal vez, si eso nos pasa, tendremos que pararnos y preguntarnos con el corazón en la mano: ¿Pido al Señor que me cambie a mi mismo en vez aquello que me rodea?
Cuaresma es un tiempo para “redescubrir” nuestras relaciones. Nuestras historias de amistad con los que tenemos más cerca: familiares, amigos, compañeros, etc. Y para “redescubrir” a Dios y a la gente que vemos en nuestro día a día, creo que tan solo es necesario mirar como mira Dios. Aceptar a cada persona tal cual es, como Dios nos acepta. Mirar qué cosas aportan a mi vida, mirar a cada persona como un regalo que Dios puso un día en mis manos para mimar y cuidar.
Tal vez también, para “redescubrir” a cada persona tendremos que “recordar” nuestra historia personal (recordar, del latín re-cordis: volver a pasar por el corazón). Y ver que cosas estoy ofreciendo yo. Solo así seremos capaces de ver realmente como va cambiando nuestro corazón, nuestra vida. Solo así, nos llenaremos nuevamente de ilusión, de alegría, de ánimo. Solo así seremos capaces de acoger a Dios en nuestras vidas para más tarde, llenar de Dios la vida de cada persona que nos rodea. Solo así dejaremos de poner el “acento” en nosotros para ponerlo en los otros.
Feliz Camino hacia la Pascua, feliz camino hacia la Vida
Fr. David Alarcón. OCD
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