Juan 6, 51-58 «Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis
su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi
sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne
es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha
enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que come vivirá por
mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros
padres, que lo comieron y murieron: el que coma este pan vivirá para
siempre.»
«Jesús no es un rey terrenal, que ejerce su dominio, sino un rey que sirve, que se acerca hasta el hombre para satisfacer no solo el hambre material, sino sobre todo un hambre más profundo, el hambre de orientación, de sentido, de verdad, el hambre de Dios.
... pidamos al Señor que nos ayude a redescubrir la importancia de alimentarnos no solo de pan, sino de verdad, de amor, de Cristo, del cuerpo de Cristo, participando fielmente y con gran conciencia de la Eucaristía, para estar cada vez más íntimamente unidos a Él. En efecto, no es el alimento eucarístico el que se transforma en nosotros, sino que somos nosotros los que gracias a él acabamos por ser cambiados misteriosamente. Cristo nos alimenta uniéndonos a él; «nos atrae hacia sí». Al mismo tiempo, oremos para que nunca le falte a nadie el pan necesario para una vida digna, y que se terminen las desigualdades no con las armas de la violencia, sino con el compartir y el amor. Nos confiamos a la Virgen María, a la vez que invocamos sobre nosotros y nuestros seres queridos, su maternal intercesión. » (Benedicto XVI, 29 de julio de 2012).
Así recibió nuestra corporación en la
festividad del Corpus Christi a la comitiva del Santísimo Sacramento a
su paso por la Iglesia de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo con altar presidido por María Santísima del Mayor Dolor y con colgaduras y exornos dispuestos al efecto.
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