La fiesta de todos los santos es la fiesta de multitud de hermanos y hermanas nuestros que viven ya el gozo de la presencia de Dios. Y hay que diferenciarla muy bien del día de los difuntos. Este día de todos los santos es un día de fiesta, no de luto. Por eso el evangelio nos habla de un camino de felicidad y de dicha: las bienaventuranzas.
Las bienaventuranzas nos transmiten un mensaje, la buena noticia del amor misericordioso y fiel de Dios hacia todos nosotros, especialmente hacia los más pobres, hacia los que lo pasan mal, hacia los últimos de este mundo. Conviene aclarar que la palabra “dichosos” no significa que se lo han pasado extraordinariamente bien, sino que han sabido entender que, desde su situación, era una bendición poder estar comprometidos, es decir, amando en profundidad, y conociendo mejor el significado del Reino de Dios. Estas situaciones que nos describe el evangelio son situaciones de lucha, de carencia, de limitación, pero llenas de esperanza y, por eso, dichosas.
Los santos son aquellas personas que, en su momento histórico y con su forma de ser, han respondido a la llamada del Evangelio y han convertido su vida en una buena noticia para todas las generaciones. Como decía Santa Teresa de Jesús: “la santidad no consiste en hacer cada día cosas más difíciles, sino hacer cada día las cosas con más amor”. Ese es el gran esfuerzo que nos pide Dios y al que nos llama para alcanzar la santidad.
Porque todos estamos llamados a la santidad. Pero no nosotros solos, cada uno por nuestra cuenta, sino en comunidad, en Iglesia. Por eso el día que nos bautizaron recibimos la gracia para vivir la santidad cada día de nuestra vida. No hay ningún santo, a excepción de la Virgen María, que no haya conocido el pecado, que no haya pecado alguna vez en su vida. El reto está en saber vivir la conversión del corazón, en cambiar nuestro corazón de piedra por un corazón de carne que sepa amar, amar como Jesús, amar hasta el extremo, amar incluso a los que no nos aman, ni nos caen bien.
Hoy, por la Eucaristía, nos unimos a nuestra gran familia del cielo, a todos los santos y santas, estén o no en el calendario litúrgico, a muchos familiares y amigos nuestros que son santos porque están con Dios, aunque no aparezcan en ninguna peana de ninguna Iglesia y aunque nadie los nombre en el calendario litúrgico. Ellos interceden por nosotros hoy y siempre para que vivamos más intensamente nuestra unión con Cristo. La santidad es vivir unidos a Jesús. La santidad es amar como Jesús. Amar cada día, en cada cosa, en cada momento, a cada persona, “hacer cada día las cosas con más amor”, como decía Santa Teresa.
Que todos los santos (así se llama la fiesta de hoy) intercedan por nosotros en esta Eucaristía y nos ayuden en el camino de la vida a alcanzar la santidad, como ellos lo hicieron.
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