«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Todos dormían

Otra parábola de Jesús: El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo, pero mientras todos dormían vino el enemigo y sembró cizaña en medio del trigo. Cuando aparecieron las espigas apareció también la cizaña. Los peones fueron a decirle entonces, ¿No sembraste buena semilla en tu campo? ¿Cómo es que ahora está mezclada la cizaña?

Esto lo ha hecho algún enemigo, les contestó. ¿Quieres que vayamos a arrancarla? – No porque arrancando la cizaña van a arrancar también el trigo. Que crezcan hasta la cosecha y entonces diré a los recogedores que saquen primero la cizaña y la aten en manojos para quemarla, y luego recojan el trigo para mi granero.




La interpretación acostumbrada es que en este mundo Dios ha sembrado todo lo bueno pero un enemigo ha mezclado la maleza. Pero en el juicio final aparecerá la sentencia en contra de los malos, el fuego, y a favor de los buenos recogidos en el granero. Con el juicio final se conocerán todas las injusticias y los buenos irán al cielo y los malos al infierno.

La parábola de Mateo se refiere al campo del Señor y por eso tiene que aplicarse también a la Iglesia, ese conjunto de gente que ha recibido la semilla del reino. Y que con soberbia se cree superior (como los carismáticos con el e.s.) ignorando que la semilla está sembrada en todo el mundo. Y que, hacia adentro establece diferencias recurriendo a la intimación, sanciones y condenas de lo que no conviene a la institución humana en que se ha convertido, sin esperar para que los que suponen malos o cizañas se hayan definido realmente como perjudiciales a la iglesia o la sociedad.

La parábola tiene dos enseñanzas que llamaríamos centrales. La primera es la circunstancia claramente señalada por Mateo de que “todos dormían”. A veces en nuestra iglesia los únicos despiertos son los enemigos que siembran cizaña. Los fanáticos que se oponen a toda actualización del evangelio. Los que sometiéndose con renuncia a sus propios criterios, a cualquier decisión autoritaria siguen sembrando condenas, incomprensiones, cerrazón.

La segunda, un rechazo absoluto de la discriminación por cualquier motivo. Porque ella implica muchas veces una disminución humillante de la dignidad de seres humanos y el afán de condenar hace perder infinitas riquezas humanas utilizables y dispuestas para la construcción del reinado de Dios anunciado e iniciado por Jesús de Nazaret.
Por Guillermo “Quito” Mariani
15.7.11
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