«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Hemos visto salir Su Estrella

Celebramos la fiesta de la Epifanía o manifestación del Señor, que viene a ser la otra cara de la Navidad. Ambas celebran, desde diferentes perspectivas, el misterio de la encarnación, la venida y manifestación de Cristo al mundo. Navidad acentúa más la venida, mientras que Epifanía subraya la manifestación.

Las dos fiestas quedan encuadradas en el gran misterio de Dios, "el secreto escondido desde el origen de las edades y de las generaciones, revelado ahora a sus consagrados" (Col 1, 26). Es un mensaje de gozo, liberación y alegría, "Buena Noticia que lo será para todo el pueblo... Os ha nacido un Salvador" (Lc 2, 11) Los hombres no estamos solos, perdidos en una existencia sin esperanza. Hay un Dios Salvador empeñado en que todo termine bien, porque en Dios no hay más que bondad y amor al hombre, y se nos pide que le busquemos, lo acojamos y vivamos guiados por la luz de su Espíritu.
María y José, que esperaban un hijo en la paz de Nazaret, tienen que abandonar su casa, y salir para cumplir los deseos del emperador. En el desamparo y pobreza acogen este misterio en lo íntimo de su corazón, y lo meditaban. Dios se iba manifestando en la sencillez de lo cotidiano, "porque en todo se hizo igual a nosotros, excluido el pecado" (Hbr 4,16). La contemplación, el silencio, el desprendimiento son actitudes que hacen que el misterio de Dios penetre en nuestras vidas y las vaya transformando.
Los pastores, que velaban el rebaño, ante el anuncio del ángel, lo dejan todo y van "derechos a Belén a ver eso que ha pasado y que nos ha anunciado el Señor" (Lc 2, 15). Dóciles a la llamada, se ponen en camino hacia lo desconocido, pero impulsados por el deseo de saciar la esperanza de un salvador, alentada durante mucho tiempo en el pueblo de Israel. La confianza y el saberse necesitados, facilitan el encuentro con Dios, que siempre espera al hombre que sabe buscarle aún por caminos que no comprendan:"encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 1, 12).
El relato de los Magos de Oriente que llegan a Jerusalén preguntando "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?", pone de relieve que la salvación de Dios se manifiesta como realidad que se dirige a todos los hombres y pueblos de la tierra y no conoce fronteras de ninguna clase. Rompe barreras y borra distinciones que marcamos los seres humanos olvidando la igualdad fundamental de todos, mientras subrayamos diferencias que discriminan y son fuentes de injusticias y explotación. La Epifanía se convierte en la fiesta de la universalidad de la salvación, respetando y promoviendo las ricas diferencias de raza, lengua y cultura.
Una estrella les despierta la curiosidad y le sirve de guía, dejando atrás todo lo que llenaba sus vidas. Van en búsqueda de algo desconocido pero que barruntan como extraordinario. La fe no es ciega, es luz y claridad. No es una ideología, sino actitud de búsqueda, de abandono de situaciones, de peregrinación y camino. Andadura no fácil, sino que necesita ayuda y orientación. Por eso ellos preguntan cuando la estrella desaparece sin renunciar a la aventura a la que una fuerza interior les impulsaba. Tienen que salir de su patria, abandonar su casa y comodidades y rutina, tienen que prescindir de sus propios prejuicios y dejarse guiar. El final es feliz. "Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron".
La fe cristiana es descubrimiento de la grandeza y bondad de Dios, experiencia agradecida de que sólo Dios salva. Los Magos, ante el Niño de Belén expresan la actitud primera de todo creyente ante Dios, la adoración. Ante un Dios que es Amor, no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de gracias. No es un camino fácil. No basta escuchar la llamada del corazón, hay que ponerse en marcha, exponerse, correr riesgos. Ven resplandecer la estrella, y descubren en el Niño de Belén a un Dios encarnado, poniendo a sus pies los dones del oro que simboliza el valor inestimable del ser humano; el incienso que despliega el deseo de elevarse hasta Dios, porque todo ser humano está llamado a participar de la vida misma de Dios. La mira para curar la enfermedad y aliviar el sufrimiento, porque todo ser humano necesita de cuidados y consuelo, no de violencia y agresión.
El encuentro con este Dios tan cercano y tan nuestro, cambia la vida. La de María y José la colma de gracia y plenitud. La de los pastores la convierte en pregoneros de la Buena Noticia, pues "volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído" (Lc 2, 17). Los Magos "se marcharon a su tierra por otro camino". Volvieron a la vida de cada día con nueva luz, nueva ilusión y esperanza.

5.1.12
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