«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Hijo, ve hoy a trabajar en mi viña

De nuevo una parábola sobre una viña, la segunda (y la semana que viene, la tercera). Es importante contextualizarla. Jesús está hablando a las autoridades religiosas, los sumos sacerdotes y ancianos, y a los notables del pueblo. Y la parábola pide una respuesta, porque así lo plantea Jesús: “¿Qué os parece?”. Hoy Jesús nos cuenta a nosotros esta parábola y nos dice: “¿Qué te parece a ti?”.


El planteamiento que hace Jesús en la parábola es sencillo: dos hermanos que son invitados por el Padre a trabajar en la viña; el primero contesta que no, pero va; el segundo dice que sí, pero no va; y Jesús pregunta:“¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?”. Lógicamente, contestamos que el que fue a la viña. Y de ahí saca Jesús su enseñanza.

Critica a las autoridades religiosas y políticas su poca fe y su falta de credibilidad frente al testimonio de Juan, el Bautista, y frente a Él mismo y sus signos, que son cuestionados por ellos (acaba de expulsar a los mercaderes del templo y los sumos sacerdotes le han pedido explicaciones). Frente a ellos, hay otros que sí han creído, aunque en principio su palabra haya sido “no quiero”. En concreto, Jesús habla de los publicanos (cobradores de impuestos para Roma) y las prostitutas. Estos, a pesar de ser pecadores y decir “no quiero”, como el primer hijo, han acabado creyendo (“se arrepintió y fue”). Por eso les dice Jesús que “los publicanos y las prostitutas os llevarán la delantera en el reino de Dios”, por su capacidad de arrepentimiento y de conversión, de saber abrirse a los nuevos caminos que Dios plantea en la vida, mientras que ellos permanecen inamovibles en sus actitudes y en sus pecados. Son los de: “Voy, Señor. Pero no fue” (segundo hijo). Verdaderamente, los que hacen lo que quiere el Padre (esa es la pregunta que hace Jesús) son los que tienen capacidad de conversión, de “volver a nacer”.

Para cumplir la voluntad del Padre lo importante no son las palabras, las promesas, los rezos… sino los hechos y nuestra vida de cada día, que es la que habla de nosotros y da razón de nuestras palabras. No se trata solo de saber lo que está bien y lo que está mal, sino de optar por el bien y, sobre todo, ponerlo en práctica. “No todo el que dice ‘señor, señor’ entrará en el reino de Dios”, decía Jesús.

No se trata tanto de saberse la teoría, cuanto de actuar conforme a ella. Está claro que hay que conocer la teoría para poder ponerla en práctica. Pero al fin de cuentas, lo que cuenta es actuar. Nuestra fe no es un libro de prácticas, sino el estilo de vida de una persona: Jesús de Nazaret. Él es nuestro “manual”, el modelo a seguir. Con Él nos encontramos cada vez que venimos a la Eucaristía. Escuchamos su Palabra, comulgamos su Cuerpo… ahora toca llevarlo a nuestra vida y dar testimonio de Él con nuestras obras.



28.9.14
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