«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Quiero ser costalero

Hoy por hoy, nuestra Semana Santa, pese quien pese, no podría entenderse sin los costaleros. Cofrades, que asumen voluntariamente cada año, la responsabilidad de poner en movimiento nuestros pasos procesionales, de peregrinar por las calles de Bornos y de contribuir así, al público testimonio de fe que se expresa cuando la Hermandad se hace Cofradía. Estas son las premisas necesarias que debe conocer todo costalero. Como todo en la vida, y más en el mundo cofrade, el trabajo costalero debe valorarse desde el término medio, desde la moderada discreción con la que los costaleros, deben dar a su trabajo.

Renunciar a las alharacas que desvíen la atención sobre el motivo principal de su razón de ser, que es la veneración en la calle de las Imágenes Sagradas, pero a la vez no bajar la guardia para que esas divinas imágenes de nuestra devoción se presenten con la dignidad necesaria, aún más con el esplendor que merecen. Se ha dicho hasta el empacho que el costalero reza con los pies. Si además la Estación de Penitencia es una catequesis popular, también “predica” con sus músculos, con su atención, con su corazón.

El corazón manda en el mundo de la costalería. Sin él sería imposible su cansancio y sacrificio. Los costaleros que no sienten lo que hacen, que quieren sencillamente probar, no perseveran en tan esforzada tarea, por más que se les repita una y otra vez que ocupan “un lugar de privilegio”, pues ¿quién va más cerca de nuestro Cristo Flagelado que el costalero que se hermana con la trabajadera?



El costalero se compromete con su servicio, se prepara para ello y en el momento necesario, pasando casi desapercibido, está ahí. Su faja, su costal y sus zapatillas son el hábito de su anónima penitencia, ni más ni menos que cualquier nazareno.

No es raro observar una dilatada experiencia en muchos costaleros. Esto es bueno, aunque se acerque la hora del relevo, pues ni la salud ni la edad engañan. Este año, quizás dejarán el palo algunos de los más veteranos cargadores de nuestra Hermandad, –es ley de vida- y nos alegraremos con ellos dando gracias a ese Cristo Flagelado, que nos protege diariamente, por el tiempo compartido y por tantas energías ofrecidas como sacrificio en el ara de la parihuela, ese altar portátil donde Cristo y María lucen con singular belleza. Para ellos, para todos los costaleros que desde siempre han sido del Señor de la calle Graná, nuestra gratitud.


La Hermandad sigue siendo su casa y la penitencia se expresa de muchas maneras, vistiendo la túnica nazarena, con la ofrenda de luz del cirio alzado o con cualquier otro sacrificio. Muchos lo hacen, coronando con el mejor sabor cofrade su dilatada experiencia costalera. Es deseable que sea así en todos los casos, máxime cuando el costalero, en su experiencia penitencial personal puede aportar perspectivas más ricas que otros cofrades, merced a esa trayectoria previa.

Para los nuevos, para los que quieran acercarse al mundo costalero y lo van a hacer este año por primera vez, nuestro ánimo y nuestra esperanza. Estoy seguro de que no se van a ver defraudados y deben saber que su trabajo hace también cado año más grande a nuestra Hermandad. Son, y deben sentirse, eslabones con renovados bríos en una cadena de amor y sacrificio que yo no me atrevería a ponderar, porque sólo Él sabe hacerlo correctamente. Pero sí sé que una decisión así es el fruto de un corazón generoso.


Tal vez te plantees dar ese paso. Medítalo suficientemente, pero no te rindas ante la primera excusa. Piensa que Él mismo te invita; es Él quien nos congrega en la vida de Hermandad. Hay palabras muy bellas en el mundo de nuestras Hermandades y Cofradías, pero entre todas ellas, en esta ocasión me quedaré con ese diálogo sencillo y sincero con Cristo Flagelado y con María del Mayor Dolor :


“Jesús, yo quiero ser tu costalero”,
“María, yo quiero ser tu costalero”.












25.9.13
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