«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Compartir el amor de Dios


El mandamiento más importante es el amor. Eso lo tenemos claro los cristianos, por lo menos en la teoría. Jesús le dio una doble dirección a este amor: hacia Dios y hacia los demás. Si falta alguna de las dos cosas, no es el amor del evangelio. Si amamos a Dios, pero no a nuestros hermanos, o al revés, algo no concuerda con el mandamiento de Jesús.



Algo así les debía pasar a los fariseos, que se las daban de tener “buen rollo” con Dios, pero a las personas las trataban fatal. Precisamente son ellos los que se acercan a Jesús. Pero no lo hacen con buena intención, sino para ponerlo a prueba: “¿Cuál es el mandamiento más importante?”, le preguntan. La verdad es que a Jesús le ponían sobre la mesa las preguntas más difíciles. La semana pasada, si recordáis, le preguntaron si había que pagar impuestos a Roma. Y hoy esta.

Pero Jesús está preparado para todo y tiene todas las respuestas. Él les contesta con el cariño y el amor que ellos no han tenido al preguntarle: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser… Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Es un amor en doble dirección: vertical, es decir, hacia el cielo, hacia Dios; y horizontal, hacia los demás, hacia los hermanos. Amar a Dios es vivir conforme a su voluntad. Y en el proyecto de amor de Dios están los más pobres. Así lo dice la lectura del Éxodo que hemos escuchado: “No oprimirás ni vejarás al forastero… no explotarás a viudas ni a huérfanos… No serás un usurero… Si gritan a mi yo los escucharé… Yo soy compasivo”. Una vez más, vemos que para Dios todos somos importantes, pero que los más pobres tienen un lugar especial en su corazón. Por eso el que dice que le ama tiene que amarles también a ellos.

Pero para amar también es importante tener experiencia de amor, de sentirse amado. Conocer y experimentar el amor de Dios nos ayuda a poder compartirlo con los hermanos. Sentir que Dios nos ama incondicionalmente y nos perdona siempre, nos capacita para poder hacer lo mismo nosotros con los demás. El amor se hace así universal, sin fronteras, incluso a los enemigos, a los que no nos caen bien, a los que nos “hacen la puñeta”.

Para experimentar este amor y poder compartirlo, necesitamos estar cerca del que más nos quiere, cerca del Amor de los Amores, pasar ratos con Él, en su presencia, en la oración, escuchando su Palabra, para poder vivir la caridad con los demás, especialmente con los más pobres. Necesitamos que Dios entre en nuestro corazón y en nuestra vida, hasta los tuétanos, para que nuestra vida y nuestros actos sean reflejo y manifiesten ese amor.

Cuando venimos a la Eucaristía podemos experimentar ese AMOR con mayúsculas, el Amor más grande, el que lleva a dar la vida. Así nos quiere Dios. La Eucaristía es para nosotros la prueba del amor más grande. Por eso venimos a darle gracias, a llenarnos de ese amor, a disfrutarlo, para después compartirlo. En el amor no hay cumplimientos, ni obligaciones. Es gratuito y desinteresado. Así ha de ser también nuestro encuentro con Dios en la Eucaristía y nuestro trato con los hermanos en la vida. Pidamos a Dios que nos llene el corazón de su Amor para que todas las personas lo puedan conocer y experimentar a través nuestro.



23.10.14
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