«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

Buenos administradores



Si buscamos en el diccionario, encontraremos que la palabra “talentos” viene definida como inteligencia, es decir, capacidad de entender, y también aptitud, es decir, la capacidad para desempeñar algo. En el lenguaje de la parábola, hace referencia a algo muy valioso, que se define como una moneda de gran valor, pero que va más allá. Es algo grande que se nos da como regalo para que lo administremos y lo hagamos producir y de lo que después se nos pedirá cuentas.

Como es algo que se nos da, que se nos confía, nos situamos como “empleados” (así los define la parábola) y no como “propietarios”. Lo que tenemos no es nuestro, nos ha sido dado, gratuitamente, para nuestro bien y el de los que nos rodean. Hay alguien, por tanto, que confía en nosotros y nos encomienda esto que es muy valioso, lo cual nos da seguridad, pero al mismo tiempo, nos llama a la responsabilidad. Somos invitados a ser buenos administradores de eso que recibimos.




Ejemplo de buena administración tenemos en la primera lectura, donde a través del ejemplo de una mujer, se nos invita a todos, hombres y mujeres, a cuidar lo que tenemos y a administrarlo para el bien de todos. La “mujer hacendosa” podemos ser cualquiera de nosotros, en la medida en que nuestro trabajo sirve para producir “ganancias y no pérdidas todos los días de su vida”. Además, de él también se benefician los más pobres, ya que “abre sus manos al necesitado y extiende el brazo al pobre”.

Aquello que recibimos, que es de gran valor, y que estamos llamados a administrar, para beneficio de los que están a nuestro alrededor, especialmente de los más pobres, son los talentos que Dios nos da a cada uno, porque confía en nosotros plenamente. Dios ha puesto en nosotros una inteligencia y unas capacidades y aptitudes para que podamos sacar lo mejor de nosotros mismos, lo que cada uno lleva dentro, y ponerlo al servicio de los demás. Esa es la manera en que esos talentos se multiplican y dan fruto. Pero si los escondemos por miedo o pasividad, nunca se multiplicarán. Podremos decir que no los hemos perdido, pero eso no justificará nuestra pasividad y nuestra falta de compromiso ante algo tan grande que hemos recibido.

En cuanto al tema de cuándo será el momento en que el Señor nos pida cuentas, San Pablo le dice a su comunidad que “el día del Señor llegará como un ladrón en la noche”, es decir, que no sabemos cómo ni cuándo. Lo que sí que podemos cuidar es la actitud a tener durante ese tiempo de espera: la vigilancia. “Estemos vigilantes y vivamos sobriamente”, dice San Pablo al final de la segunda lectura, todo lo contrario a enterrar nuestros talentos y dedicarnos a esperar a que vuelva el Señor que nos los encomendó. En la comunidad cristiana estamos llamados a vivir como corresponde a los seguidores de Jesús, multiplicando los talentos que Dios nos ha dado y poniéndolos al servicio de todos. En la medida en que vivamos así, estaremos viviendo como “hijos de la luz” y no tendremos porque temer nada en ese día final, ya que hemos acogido el evangelio y lo estamos viviendo, no sin dificultad, pero lo vamos haciendo.

La invitación que hace el Señor a los empleados es a participar en su banquete: “pasa al banquete de tu señor”. Aquí, en el banquete de la Eucaristía, presentamos al Señor nuestras vidas, lo que vamos haciendo con esos talentos que él ha puesto en nuestras manos, las dificultades que tenemos para vivir el evangelio, los logros, los pasos adelante, y también los errores, los fallos que vamos cometiendo en el camino. Todo eso es lo que el Señor acoge y nos devuelve multiplicado cuando celebramos la Eucaristía y la vivimos con esta intención.

Además, hoy estamos celebrando el Día de la Iglesia Diocesana. Cada uno de nosotros, con nuestros talentos y capacidades, formamos la Iglesia Diocesana. No es algo extraño a nosotros. Es la gran familia que rompe las distancias locales y se abre a la comunión con otras parroquias de la misma provincia. Y cada una de las diócesis se une también en comunión con la Iglesia Universal. La Diócesis es nuestra gran familia, la casa grande donde todos cabemos y tenemos nuestro sitio. Hoy es su día. Hoy pedimos en nuestra Eucaristía por todas las parroquias de nuestra diócesis, por todas sus actividades pastorales, sociales, asistenciales, por nuestros misioneros diocesanos, por los niños, jóvenes y mayores de nuestras parroquias. Todos caben hoy en la Mesa que cada domingo nos convoca para reunirnos con el Señor de la Casa. Que el Señor pueda decir de cada uno de nosotros que somos un “empleado fiel y cumplidor” y que nuestros talentos ayuden a mejorar las relaciones entre nosotros, la Iglesia en la que participamos y el mundo en el que vivimos.



16.11.14
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