«El que venga a mi, no tendrá hambre, y el que crea en mi no tendrá nunca sed.» (Jn 6,35)

"Conmigo lo hicisteis"

El final del año litúrgico nos recuerda, una vez más, que Jesucristo es el primero de los resucitados, y que eso nos abre a una nueva realidad, a un nuevo reino, a una nueva humanidad. Esta celebración de hoy resume la manera de vivir de Jesús: su cercanía con los pobres, su sentarse a la mesa de los pecadores, su no tener donde reclinar la cabeza, su afán por curar, perdonar, amar, recuperar a los desesperanzados, a los hambrientos, sedientos, forasteros (inmigrantes), desnudos, enfermos, presos… En definitiva, a los “ninguneados” de este mundo nuestro. Por eso el reinado de Jesús no es un reinado de poder y autoridad, ni se identifica con los reyes y príncipes de este mundo, sino que es un reinado de servicio, entrega, amor… y se identifica con los más pobres, que son los más importantes en ese Reino, en esa nueva humanidad que Dios va a crear cuando recapitule todas las cosas en su Hijo Jesucristo, Rey del Universo.

No podemos decir que no estamos avisados, o que no lo sabíamos, porque en la Palabra de Dios se nos recuerda constantemente. Y por si fuera poco, hoy hay un subrayado especial. Todas esas personas que son apartadas del justo reparto de los bienes de este mundo, en todas ellas está Dios. Jesús se identifica con ellos. Y lo dice muy claramente: “conmigo lo hicisteis”. Jesús se identifica con toda persona hambrienta, sedienta, encarcelada, desnuda, con toda persona que se ve obligada a emigrar, con los que se cuelgan de las vallas de Melilla buscando un futuro mejor, con los que no tienen hogar y viven en la calle, con los enfermos, con los que sufren los recortes en sanidad, en dependencia, en definitiva, con todos los que se sienten “pisoteados” en su dignidad y en sus derechos. “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis”.



Además, vemos también como es Dios con nosotros, sus ovejas. Lo vemos en la lectura de Ezequiel. Él mismo nos busca, sigue nuestro rastro, hasta que nos encuentra; nos vuelve a reunir y nos protege de todo peligro; nos apacienta, nos hace sestear; venda nuestras heridas, cura nuestras enfermedades; se preocupa especialmente por aquellas más perdidas o descarriadas, por las que se sienten desprotegidas, apartadas. Así es Dios con nosotros. Y en el Salmo podemos ver cómo sentimos nosotros ese amor y ese cuidado de Dios en primera persona: “El Señor es MI pastor… en verdes praderas me hace recostar… me conduce hacia fuentes tranquilas… repara mis fuerzas… me guía por el sendero justo… tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida…”. ¿Por qué no hacer posible esta experiencia de amor a todas las personas que la necesitan y no la ven o no la encuentran?

Los pobres son la presencia de Dios, de Jesús, entre nosotros. Dios se manifiesta a través de ellos. Ellos son para nosotros palabra y presencia de Dios. Si queremos estar cerca de Dios, también habremos de estar cerca de los pobres. Dios no es indiferente ante el sufrimiento humano. Por eso, aquellos que en esta vida no encuentren justicia, serán recompensados por Dios en la resurrección de los muertos y de los cuerpos. Ahí será restablecida toda justicia y todos será recapitulado y puesto en su justo orden. Ahí viviremos en plenitud ese proyecto de humanidad de Dios basado en el amor y la fraternidad entre todas las personas. Ahí también daremos cuenta de nuestra manera de actuar con los más necesitados, con los últimos de este mundo, con los pequeños, con los más pobres. Ahí recibiremos la herencia de Dios, de la cual somos herederos: “Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Que la Mesa de la Eucaristía sea la Mesa de los hermanos, la Mesa de la fraternidad donde todos se sientan acogidos, respetados, acompañados, amados. Que sepamos mostrar a los más necesitados el rostro de un Dios que se entrega por ellos, para que tengan una vida digna y en condiciones; un Dios que se desvive por todos nosotros cada vez que, al celebrar la Eucaristía, entrega a su único Hijo para nuestra salvación.

22.11.14
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