Y llegó… con el aroma de azahar y rosas blancas perdiéndose por las calles sumidas en el más sepulcral de los silencios, con la quietud enredándonos los pies para que no nos escapemos en busca de esa senda que un día tomamos para no abandonar jamás, con la cera durmiendo en sus cajas sin abrir, las túnicas en sus armarios, tristes sudarios de añoranza, la medalla esquiva entre los dedos y en medio de nuestra melancolía, la primavera rezagada, temiendo romper con su estallido esta paz quebradiza que nos envuelve, manto protector en tiempos aciagos.
Porque es, a pesar del mundo y su devenir incierto, nuestro Miércoles Santo: el de Nuestro Cristo Flagelado y Su Santísima Madre del Mayor Dolor. Porque hoy todos nos vamos con el pensamiento caminito de la calle Granada, a buscar refugio y hogar calmo en la Resurrección, a ocupar nuestros pequeños lugares un minuto antes de que se abran las puertas y los nervios nos aniden bajo la piel que aguarda, un año más, saber que todo va a salir bien.
Estaremos, a unas horas escasas, alzando los ojos a esos en los que cada uno nos perdemos para pedir por los que más queremos, por los que vendrán y los que nunca se han ido aunque ya no podamos verlos. Habrá quien sienta a su lado sus presencias imposibles y sentirá ese escalofrío de emoción que le erice el alma.
Estaremos, a pesar de todo, juntos más allá de la distancia. Quién sabe si más de lo que hayamos podido estarlo jamás.
Y, justo antes de que el día se diluya en la primera luna llena de abril, nos iremos, nívea desbandada de golondrinas ausentes entonando una Salve que nos recuerde que siempre nos irá la vida atada a una columna, segura entre Sus Manos, y el corazón prendido en Siete Puñales de Amargura perpetua.
Que Ellos nos guarden siempre… Y no olvidemos que en la calle Granada nos aguarda una Madre y Su Hijo, el amor más puro que podremos conocer jamás.
Porque es, a pesar del mundo y su devenir incierto, nuestro Miércoles Santo: el de Nuestro Cristo Flagelado y Su Santísima Madre del Mayor Dolor. Porque hoy todos nos vamos con el pensamiento caminito de la calle Granada, a buscar refugio y hogar calmo en la Resurrección, a ocupar nuestros pequeños lugares un minuto antes de que se abran las puertas y los nervios nos aniden bajo la piel que aguarda, un año más, saber que todo va a salir bien.
Estaremos, a unas horas escasas, alzando los ojos a esos en los que cada uno nos perdemos para pedir por los que más queremos, por los que vendrán y los que nunca se han ido aunque ya no podamos verlos. Habrá quien sienta a su lado sus presencias imposibles y sentirá ese escalofrío de emoción que le erice el alma.
Estaremos, a pesar de todo, juntos más allá de la distancia. Quién sabe si más de lo que hayamos podido estarlo jamás.
Y, justo antes de que el día se diluya en la primera luna llena de abril, nos iremos, nívea desbandada de golondrinas ausentes entonando una Salve que nos recuerde que siempre nos irá la vida atada a una columna, segura entre Sus Manos, y el corazón prendido en Siete Puñales de Amargura perpetua.
Que Ellos nos guarden siempre… Y no olvidemos que en la calle Granada nos aguarda una Madre y Su Hijo, el amor más puro que podremos conocer jamás.
Feliz Miércoles Santo.
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